En su última película, el director Alfonso Cuarón dirige la cámara hacia Cleo, una trabajadora doméstica en un hogar de clase media en la Ciudad de México.
Roma la sigue desde el baño de servicio fuera de la casa en la colonia que da nombre a la película; a través de sus cuartos mientras despierta a los hijos de la familia; hasta la cochera, donde limpia lo que dejó un perro muy prolífico.
La película de Cuarón, actualmente en cines por tiempo limitado y disponible en Netflix a partir del 14 de diciembre, está basada en México y las disparidades entre su clase media blanca y población indígena. Pero el traslado contante de Cleo, de extraña a íntima, de madre sustituta a sirvienta, le resultará familiar a cualquier persona en el mundo que haya sido empleada doméstica o haya sido servida por una.
En la vida real, es fácil pasar por alto la inequidad de este arreglo, en parte porque le conviene al empleador. Pero también puede ser difícil reconocer la desigualdad de la relación cuando está enredada con verdadero cariño , a menudo sentido por ambas partes.
No existe tal ambigüedad en Roma, la cual presenta las tribulaciones de las trabajadoras domésticas en blanco y negro, literalmente y en sentido figurado.
Trabajo informal
La historia de Roma, la cual es parcialmente autobiográfica, transcurre en la época en la que Cuarón era niño. Sin embargo, la carga de trabajo de Cleo no estaría fuera de lugar en un hogar actual.
Hay al menos 67 millones de trabajadores domésticos en el mundo, la mayoría mujeres, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Muchas de ellas también son migrantes que viven con sus jefes. Como Cleo, normalmente operan en un limbo legal, sin contratos ni talones de pago, según ha descubierto la agencia de la ONU.
Ya sea en la Ciudad de México, Singapur o Ciudad del Cabo, esa informalidad enturbia los límites de la relación empleador-empleado, y con frecuencia conduce al abuso. Las horas de trabajo de una trabajadora doméstica rara vez se registran, y ella casi siempre está de guardia, como una madre. De hecho, algunos empleadores se refieren a sus empleadas como familiares, como demuestra una entrevista hecha por investigadores de la Universidad de Ciudad del Cabo a una mujer sudafricana.
“Ha sido la segunda madre de mi hijo, ha sido absolutamente leal y confiable y ha sido un apoyo enorme”, les dijo Lucy, sobre su empleada doméstica.
Pero los investigadores también documentaron los límites la percepción de esos vínculos familiares en su reporte sobre el estudio, publicado en 2015. Lucy, por ejemplo, dijo que le incomodaba compartir su espacio con alguien fuera de la familia, y que se sentía como si su casa no le perteneciera.
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La contradicción también es obvia en las grandes diferencias en la calidad de vida que llevan ambas partes, a pesar de compartir la misma casa. En Roma, salta a la vista en el trayecto diario de Cleo a su modesta habitación en la azotea, y en sus sesiones de ejercicio a luz de vela, para ahorrar electricidad por orden de la matriarca de la familia.
Ese detalle está basado en algo que Cuarón descubrió como adulto, después de hablar con su propia niñera, Libo, quien inspiró el personaje de Cleo. “Me di cuenta de que casi no conocía su cuarto,” dijo en una entrevista con la revista mexicana Letras Libres. “Yo no sabía que hacía ejercicio todas las noches, ni que mi abuela se la armaba de tos si tenía la luz prendida porque gastaba electricidad–algo en sí mismo espantoso”.
Trabajo emocional
El término “trabajo emocional” se ha convertido, como escribió Leah Fessler de Quartz, en “un elemento esencial del vocabulario feminista actual”, refiriéndose a la falta de remuneración y aprecio por el cuidado hacia otros que muchas mujeres realizan en su vida diaria. Sin embargo, en su acepción original acuñada por la socióloga Arlie Hochschild, el concepto se refiere al trabajo remunerado que requiere que un empleado produzca las emociones esperadas por el empleador, ya sea cortesía, alegría o afecto, en el caso de las trabajadoras domésticas que cuidan a los niños.
Para cumplir con sus obligaciones emocionales, los trabajadores pueden recurrir a la “actuación profunda”, alineando sus propios sentimientos con los que requiere su trabajo, en lugar de fingirlos. Ya sea verdadero o una actuación, el cariño que demuestra Cleo a los niños parece sincero, y es recíproco. “Te queremos mucho”, le dicen. Pero solo un par de escenas más tarde, Cleo regresa a su rol de sirvienta cuando le piden que les traiga la merienda mientras ven televisión.
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Hoy hay una demanda creciente de los servicios de madre postiza/señora de la limpieza que provee Cleo. A medida que más mujeres aceptan trabajos fuera del hogar van dejando lo que los científicos sociales llaman un “déficit de cuidado” que alguien tiene que llenar. Algunas trabajadoras domésticas han podido comercializar de manera rentable sus habilidades emocionales; los salarios anuales de 180,000 dólares que reciben algunas niñeras en Nueva York son prueba de ello.
Sin embargo, la mayoría del trabajo doméstico no está bien remunerado. Dos sociólogos formados en Francia explican por qué en un artículo publicado en 2011 en la revista de investigación marxista Actuel Marx:
Varias características impiden que sean reconocidas por la sociedad. Confinadas al espacio del hogar, las trabajadoras sufren de un alto grado de invisibilidad social, mientras que las tareas realizadas, no por “cualquier persona” (la “sirvienta”) sino principalmente por mujeres pobres y/o extranjeras, se catalogan como apropiadamente “femeninas” (limpiar, cuidar de los miembros más débiles de la familia, trabajar en el espacio privado de la casa, etc.) y, por lo tanto, aquellas que las hacen son consideradas indignas de reconocimiento social.
O sea, aparte del concepto clásico de trabajo emocional de Hochschild, las trabajadoras domésticas también experimentan algunos elementos de la nueva versión: la falta de reconocimiento y pago por su consideración hacia los demás.
Derechos de los trabajadores
El mundo ha ido lentamente reconociendo la injusticia de la relación laboral que se representa en Roma. En el 2011, los miembros de la OIT, que incluyen países, sindicatos y asociaciones de empleadores, aprobaron el Convenio sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos. Establece estándares laborales básicos, como la asignación de tiempo libre y el pago de horas extra. Hasta ahora, sin embargo, solo 23 países han ratificado el convenio, y aún menos han promulgado leyes para implementar sus estándares.
Algunas ONG, como Care International, una red global de grupos que buscan reducir la pobreza, están poniendo presión para que se amplíen las protecciones legales de los trabajadores domésticos. Pero, en una señal de lo escabroso que es el tema, incluso los propios empleados de Care se mostraron reacios a abordarlo. “También podrían tener trabajadoras domésticas, y les preocupaba cómo esto se entrecruzaría con su vida profesional”, escribió la directora de programas de Care, Sofía Sprechmann, en un blog. “Las trabajadoras domésticas permiten que muchos de nuestros empleados en América Latina vengan a trabajar”.
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Cuarón dedicó Roma a Libo, y ha usado la publicidad que ha generado la película para abogar por los derechos de las trabajadoras domésticas.
La película también se ha convertido en una herramienta poderosa para las propias trabajadoras, quienes la están utilizando para hacer conciencia del trato que se les da. “Nuestras historias van a cambiar mientras ustedes empiecen en sus casas”, dijo una de ellas después de una proyección de Roma. “Empiecen a tratar con dignidad a las trabajadoras del hogar… no pedimos más que lo que la ley marca”.
Para prevenir el abuso y cambiar el panorama, hay que regular el sector, dice Sprechmann de Care: “Nadie está diciendo que deberíamos poner fin a este trabajo.”
Pero primero, los empleadores tienen que reconocer que el abuso existe. La periodista de Letras Libres que entrevistó a Cuarón sobre Roma le comentó lo inquietante que es para muchos mexicanos, incluyéndose a ella misma, hacer conscientes los recuerdos reprimidos de las trabajadoras domésticas que los criaron. Cuarón responde con una intuición que a muchos les sonará cierta.
“Hay una razón clara por la cual los reprimimos”, dice. “Porque nos hace ver muy mal ante nosotros mismos haber utilizado a una persona”.